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Corría el invierno de los años 52-53 y en la Iglesia de Mallén no había quien aguantara del frío que hacía. La humedad que se filtraba en la Capilla del Sto. Cristo, unida al hecho de que la nave derecha está construida por debajo del nivel de la calle, así como que el huerto que había tras la sacristía pequeña, estaba a rebosar de hierbas y matojos (según se decía, en tiempos pasados, había ejercido de camposanto); configuraban un entorno nada saneado, que traía como resultado, que los inviernos en el interior de la Iglesia se hicieran insoportables.

Mosén José no hacía más que darle vueltas a su imaginación, para ver de resolver esta situación, pero no encontraba la forma adecuada de acometer la financiación del proyecto, que sin ninguna duda, excedía muy mucho las posibilidades económicas de la parroquia.

Pero Mosén José no era persona que se amilanara ante las dificultades; antes al contrario, todo lo que constituía una dificultad, él lo transformaba en un reto personal y lo afrontaba con todas sus energías, que no eran pocas.

Con el propósito de conseguir instalar la calefacción en la Iglesia, ideó un plan de actuación que pasaba por movilizar, desde el primero al último de los individuos que tuviesen alguna relación con él.

Su primer paso, fue plantear un domingo en Misa Mayor a todos sus feligreses la idea y recabar la colaboración económica de cada uno de ellos, pues para esos temas no le faltaban argumentos.

El Ayuntamiento tampoco se libró de sus peticiones; pero no paró ahí, sino que, ni corto ni perezoso, se encaminó al Arzobispado de Zaragoza (Mallén , en aquellos momentos, formaba parte de la Archidiócesis de Zaragoza, pues su paso a la Diócesis de Tarazona fue posterior), con el fin de conseguir el dinero necesario para la instalación. Los tiempos y la situación económica, en general, no eran los más propicios para encontrar mecenas y viendo que las distintas aportaciones no cubrían, por mucho, el presupuesto de las obras, resolvió dar un paso más.

Entró en contacto con personas que, nacidas en Mallén, habían desarrollado sus carreras o habían fijado sus residencias fuera de nuestro pueblo, pero seguían unidas a él bien por lazos económicos bien por lazos sentimentales, y recurrió a los Pérez de Petinto, los Navas, los Frontín, los Guallart, los Pascual de Quinto y así a los que, de alguna manera y según su forma de ver, podían ayudarle a afrontar esa situación.

Después de todo ello y convencido de que todavía las aportaciones conseguidas, no acababan de cubrir el enorme coste que suponía la calefacción para un edificio tan enorme, se le ocurrió movilizar a los monaguillos.

Y poniendo manos a la obra, reunió a todos los monaguillos un domingo tras la celebración de la Misa Mayor y les dijo que había pensado que, con la ayuda de Mosén Julio, iban a realizar una “función de teatro” y los fondos que se recaudasen irían destinados para acabar de pagar la calefacción de la Iglesia. A los monaguillos, muchachos de entre seis y ocho años, la idea les pareció maravillosa, pues nunca se habían visto en una situación parecida, y acostumbrados como estaban a cantar la misa cada día, la cosa no les parecía excesivamente difícil.

La “función de teatro” consistía, en una especie de sainete religioso completamente cantado y en un solo acto. Cada uno de los diez componentes, vestido con la sotana roja y roquete blanco que utilizaban para ayudar a misa, con los complementos de unas chorreras en el pecho y el bonete para la ocasión, debían, además, llevar algo en las manos para evitar de esta manera, que los más lanzados se pusiesen a manotear en el aire, pues las cuestiones religiosas aunque en esta ocasión fuesen para un tema profano, a Mosén José le parecían de lo más serio y no aceptaba ningún tipo de licencias.

Así pues, Chema llevaba el apagavelas grande, Manolico el apagavelas pequeño, a Alejandro le dieron unas vinajeras y a Luis Antonio otras, Mariano un candelero con su vela y Francisco otro y tanto Añavieja como José Miguel, llevaban campanillas.

Martín, que era su preferido, junto con Sorolla, estarían encabezando los dos extremos de la U que formarían en el escenario y no portarían nada en sus manos, sino que las llevarían juntas delante del pecho en señal de oración; además, saldrían los primeros con el objeto de realizar la presentación del acto.

En principio y tras unos días de ensayo, la única dificultad estribaba en aprenderse la letra, ya que el resto consistía en salir ordenadamente al escenario y cantar la letra correspondiente, de principio a fin. Para la mayoría, no supuso ningún problema y el día previsto, a la hora señalada de aquel año 1953, dio comienzo  en el Cinema Pardo,( porque el Cine Pax no estaba ni en proyecto) el sainete que debían cantar, más que representar.

Salieron Martín y Sorolla al izarse el telón y comenzaron con la presentación:

                            

                             Con permiso de Uds. van a pasar

                             Unos cuantos monagos para cantar:

                            

                             Aquí vienen orondos los del cirial

                             Por sus cuatro costados chorreando sal

                             Ya está aquí rompeesquilas y vinajeras

                             Y también han llegado los apagavelas.

 

                             Podéis pasar, podéis pasar

                             Con su permiso, logrado está.

                             Muy buenas noches a gran reunión

                             Muy buenas noches, chitón, chitón.

Por parejas y ordenadamente fueron apareciendo en el escenario. Se oyó la voz de caña rajada (como decía Mosén Julio) de Mariano, las tímidas voces de Luis Antonio, Manolico y Francisco, la desentonada de Chema y menos mal que ahí estaban las voces claras y potentes de Alejandro, José Miguel, Sorolla, Añavieja y, sobre todas ellas, la extraordinaria e inconfundible de Martín, para poner el corazón en un puño a sus familiares y la complacencia en el rostro del resto de los espectadores.

                            

                             Somos de la parroquia los monaguillos, los monaguillos

                             Un cabildo en pequeño, de diez chiquillos

                             Se toman por asalto alguna misa, algún rosario

                             Conquistando a tortazos el incensario.

 

                             Cantamos de profundis y miserere

                             Vísperas, gozos, salmos y recordere

                             Nos comemos las ostias por los pasillos

                             Sacudimos las perras de los cepillos.

 

                             No se oyen las campanas, ni el organista,

                             Ni el campanillo

                             Si antes no le dan cuerda,

                             Al monaguillo.

 

                             Si hay un bautizo o boda

                             Pobre padrino, pobre madrina

                             Se encuentra algún monago

                             En cada esquina.

 

                             Cuando se acaba la misa

                             La haya servido quien quiera

                             Es ya costumbre ir deprisa

                             A escurrir las vinajeras.

 

                             Si estando en esto entra alguno

                             Que sospechó la jugada

                             Bailamos una habanera

                             A impulso de una patada.

 

                             Por lo tanto hay que tener, tener, tener

                             Mucho pesquis y de aquí, aquí, aquí

                             Para escurrir vinajeras

                             Y el bulto escurrir de allí.

 

                             Porque si algún sacristán

                             Nos coge en tal situación

                             Por lo menos mes y medio

                             Usaremos polisón.

                             

                              Vamos muchachos a descansar

                             Que al toque de alba

                             Listo hay que estar

                             Hay misas gordas y de verdad

                             Y para esto hay que madrugar.

 

                             El son de las campanas saca de quicio

                             A estos monaguillos de poco juicio

                             En cuanto las oímos sin vacilar

                             Empezamos nosotros a desfilar.

 

                             La ra ra la la, la ra ra la la, ...........

 

                             Y con esto se despide

                             De esta buena sociedad

                             Este coro de monagos

                             Honra y  prez de la ciudad.

 

                             Vamos, vamos, compañeros

                             Vamos todos a dormir

                             Que mañana hay misas gordas

                             Y tenemos que acudir.

 

                             Buenas noches caballeros

                             Buenas noches y a cenar

                             Que mañana hay misas gordas

                             Y queremos madrugar.

El sainete era bastante corto y, durante el mismo, los familiares de los “actores” fueron lanzando cajas de bombones con el nombre correspondiente escrito al dorso; mientras, alguno de los pícaros actuantes, lanzaba miradas de reojo cada vez que una caja caía al escenario.

El nerviosismo inicial había pasado a mejor vida y los monaguillos se sentían cada vez más seguros de sí mismos, lo cual se traslucía en sus cánticos que por momentos se asemejaban más a un coro.

De esta forma, se llegó al fin de la representación que fue premiada con una gran salva de aplausos, que se hizo interminable. Los “actores” sonreían satisfechos de su obra y el telón parecía no poder descender.

Al fin, descendió y como si hubieran estado esperando esta señal, volaron los objetos de las manos de los oficiantes en todas las direcciones y, todos a una, se lanzaron al suelo a descubrir cuál de las cajas de bombones desparramadas por el escenario, tenía sus nombres.

El alboroto que se armó fue monumental, las faldas de las sotanas revoloteaban por encima de las cabezas desbonetadas de los monagos, la mayoría de las chorreras estaban por el suelo y cuando la fragorosa pelea estaba en su momento más álgido.......

El telón, como impulsado por una fuerza descomunal, se elevó al cielo dejando a todos los “actores”, con una sensación de desnudez y desprotección frente a los atónitos ojos de los presentes; que, tras la sorpresa inicial, prorrumpieron en una carcajada que fue la mejor recompensa que, en aquellos momentos, pudieron recibir los cortados monaguillos, pues les hizo sentir toda la complicidad y todo el cariño que les profesaban sus conciudadanos.

Mientras tanto, Mosén José, con el rostro adusto al contemplar el guirigay organizado por sus discípulos, pero con el corazón gozoso por su interpretación, realizó un silencioso mutis por el foro.

Mariano Ibáñez

Nota del Autor: Esta historieta está basada en hechos verídicos. Todos los personajes son reales y alguno de ellos todavía vive en Mallén. Va dedicada a todos ellos con cariño y en especial a Martín, que dejó una huella imborrable en todos los que tuvimos la suerte de convivir con él.

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